Foto: Florencia Cesio

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Recibí el título en 1996. Ya hacía un año que me había casado y en ese período quedé embarazada de mi primera hija, Agustina. De trabajo ni hablar…

En ese tiempo, utilizaba como herramienta de trabajo mi tesis grupal, realizada con mis amigos. Se presentaba a distintos inversores el proyecto por desarrollar, tanto en relación con el asesoramiento como en la ejecución: “El Cultivo de Arándanos”. Era una propuesta interesante y novedosa que llevó su tiempo de maduración y tardó unos años en concretarse…

Una tarde me visitó Fabiana Arias, también amiga y agrónoma de la Universidad de Morón, y como siempre, charlábamos de emprender algún proyecto en común. Para esto, Agustina tenía un año, y yo estaba abocada solamente a ella y a las tareas de ama de casa. Y también sentía que había pasado mucho tiempo desde la graduación y me estaba olvidando de todo.

Ese mismo año, 1998,  Fabiana entró a trabajar en un laboratorio y comenzó a tener contacto con los productores de árboles, arbustos y florales. Este vínculo nuevo nos generó la idea de acompañar a los productores en sus incumbencias y abastecerlos de lo que ellos necesitaban. Con esta idea, comenzamos a organizar la forma de trabajo…

Simultáneamente, luego de tanto hablar del proyecto del arándano, viajamos con uno de mis compañeros de tesis a San Luis con el fin de tomar muestras de suelo y ver el lugar en donde se podía llegar a realizar la plantación. Fue, como primera experiencia, muy importante, ya que nos dio mucha seguridad como profesionales. Junto con esta propuesta hubo, en el mismo campo, un proyecto de reforestación, que promovía la Gobernación de San Luis. Finalmente, se inclinaron por la propuesta de la provincia, pero nos dejó mucha satisfacción el hecho de haber sido convocadas para desarrollar nuestro proyecto, que no era nada más y nada menos que nuestra tesis.

Esta experiencia me fortaleció y me animé a encarar la propuesta de Fabiana.

A mí me encantó la idea de montar la oficina en mi casa y comenzar a llamar a los laboratorios que nos podían vender en forma directa los insumos. Se daba que a cada lugar que llamaba para pedir una reunión, cuando nos presentábamos, siempre encontrábamos a un ex alumno de la Universidad de Morón o a algún profesor. He aquí, alguien que fue muy importante para la empresa y para mí, y que llevo en el corazón: mi profesor Carlos Sánchez de Bustamante.

Cuando llamé al laboratorio Ando, nos invitaron a una reunión y nos encontramos con él. A partir de ese día, el ingeniero no dejó de enseñarme todo lo referido a enfermedades bacterianas, fúngicas, carencias nutricionales, fotoxicidades, todo. Siempre nos brindó su apoyo, inmensa experiencia y sabiduría. Nosotras les llevábamos las plantas y las hojas, y él no dejaba de ofrecernos sus conocimientos, experiencias e información. Me hacía preguntas y me hacía pensar. Él me enseñó a observar y a interpretar lo que manifestaban las plantas…

Con su santa paciencia, me explicaba cada sintomatología, cada mancha y cada arruga, y me daba con lujos de detalles, de su máquina de escribir, el diagnóstico y, por supuesto,  la prevención y el control.

Así comencé a trabajar en algo que me apasionó: el diagnóstico de enfermedades y plagas, y en la elaboración de planes nutricionales. Fabiana, ya mi socia, como directora técnica, era la que se dedicaba a la atención de las empresas de fumigación. Inmediatamente, incorporamos a mi hermano Sebastián, ya que habíamos incrementado la clientela y debíamos entregar los productos que vendíamos.

Así comenzó Growing Agro el 12 de agosto de 1998.

En la crisis del 2001, Fabiana decidió irse a vivir a España. Desde el 2002, me acompaña mi papá, Augusto, con quien hicimos muchas reformas e incorporamos nuevos productos.

Si bien he pasado por muchos vaivenes económicos y políticos, nunca he dejado de ver todo de una manera positiva y también he capitalizado, sobre todo, los errores cometidos, quizá por desconocimiento… Pero sé que todo es posible si uno se lo propone y es maravilloso hacer lo que a uno le gusta. También, que desarrollar lo estudiado y elegido como vocación en la vida no tiene precio.

Anabel Didlaukis (40), Ingeniera Agrónoma.
growingagro@hotmail.com

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