Además de los problemas y las dificultades que los productores de flores y plantas enfrentan a diario (sea para desarrollar nuevos productos, conquistar nuevos mercados o no perder los actuales), existe un nuevo peligro que se cierne sobre el sector. El aumento de la burocracia, al incrementar los costos y generar nuevas y más complejas obligaciones legales, sustrae la competitividad del sector. En consecuencia, se ha convertido en la mayor amenaza para el futuro de nuestra actividad. Se ha transformado en una pesada bola de hierro firmemente fijada al tobillo del sector, que lo vuelve torpe y le impide enfrentar los verdaderos desafíos.
La facilidad con que se crean normas, obligaciones, exigencias y todo tipo de imposiciones, no es nueva para el sector: países como Holanda y los Estados Unidos hace tiempo que vienen sufriendo esta plaga, y muchos productores han desistido de producir y han optado por transferir su producción para otros países, como Costa Rica, Kenia, Ecuador y tantos otros que todavía no han sido afectados de una forma definitiva por esta terrible calamidad.
Debemos darnos cuenta de que este tipo de situación no es exclusiva de nuestro sector, en realidad, está arraigada en la cultura pública y burocrática. Pero alcanza la perfección en sociedades como las nuestras, que unen a su subdesarrollo, casi patológico, la creatividad nativa y nuestra ingeniosidad típica. Esta plaga está alcanzando niveles tales que, en poco tiempo, pasó de ser una simple molestia a transformarse en un problema devastador e insoluble.
Debemos todavía considerar el hecho de que en la práctica existe una total imposibilidad de cumplir todas las normas y reglamentos, sea por la incapacidad de la estructura del Estado de implantar y fiscalizar sus propias normas, sea por lo kafkiano e irreal de la mayoría de ellas. El galimatías que se ha creado obliga cada vez más a los profesionales del sector a dedicar un espacio significativo de su tiempo productivo a especializarse en Derecho, en Ecología, en nuevas normas de seguridad o contables, y lo que es peor, a aumentar sus costos con la contratación de nuevos empleados para destinarlos a funciones intermediarias, que no tienen nada que ver con los objetivos y la actividad de la empresa.
No debemos abrigar ninguna esperanza de que se desarrollen productos para combatir esta plaga terrible. No podemos tener dudas de que ésta es una plaga que destruirá la competitividad del sector y del país. Una propuesta sería que las entidades representativas del sector recomendaran a sus asociados que, a la entrada de cada unidad productiva, convenientemente catastrada en el órgano público competente, se fijase una placa con los díceres: “Abandone cualquier esperanza quien decida adentrarse en este sector productivo”. |