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Por Conrado Pakoca*
Una de las claves del negocio de la floricultura radica en la renovación constante de los cultivares que tenemos en producción.
Cualquiera sea la especie cultivada que consideremos —si bien existen cultivares, o variedades, como comúnmente se las conoce, que por sus características devienen en clásicos, dado que su aceptación persiste luego de muchos años en el mercado—, las que mejor se venden y pagan suelen ser las nuevas, aunque no siempre todas las nuevas, sino aquellas que por sus características alcanzan el éxito.
Introducir un nuevo cultivar al mercado implica, desde el productor, asumir un riesgo, ya que ninguno viene con un certificado, o un seguro, de que resultará exitoso. De la misma forma, crear un cultivar tiene un costo e implica el mismo riesgo para su obtentor, quien debe invertir mucho trabajo y mucho tiempo, por ende, mucho dinero.
No todos los cultivares creados son exitosos, y tampoco son exitosos todos los introducidos al cultivo comercial. El nivel de la demanda por parte del consumidor final determinará si con ellos, ya sea como obtentor, propagador, o cultivador, se gana o se pierde.
Todos los cultivares, de acuerdo con la Ley 20.247 son creaciones fitogenéticas y, como tales, se identifican y registran en el Registro Nacional de Cultivares, y en el Registro Nacional de la Propiedad de Cultivares. Este último avala la propiedad intelectual del creador, quien ejerce sus derechos sobre ella.
Independientemente de la forma en que una variedad pueda ser propagada, por ejemplo, semillas, yemas o esquejes, el cultivar registrado, mientras tal registro se encuentre vigente, no puede ser multiplicado sin autorización de su propietario. De tal forma, esta solamente es efectuada por propagadores autorizados por aquel, y en su precio de venta, se incluye un monto en concepto de royalty o regalía, siendo este el que, al ser percibido por el obtentor, hace posible el negocio de crear nuevas variedades.
Las regalías financian la creación de nuevos cultivares, mientras que el precio al cual es vendido el material de propagación cubre su costo de producción y asegura la rentabilidad empresaria del propagador.
Propagar cualquier cultivar sin autorización de su propietario u obtentor —al igual que copiar software, música, películas, o fabricar prendas de vestir y colocarles una marca sobre la cual no se tienen derechos— es ilegal.
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*Conrado Pakoca (51) es ingeniero agrónomo (Universidad Nacional de La Plata). Cursó la Maestría en Floricultura (UNLZ-INTA), y actualmente, se encuentra trabajando en la tesis acerca de las Bases para un Programa de Mejoramiento en Alstroemeria (IF-INTA). Es asesor técnico de la Cooperativa Argentina de Floricultores, de productores, y de empresas vinculadas a la producción y a la provisión de material de propagación orientado a la producción de flor de corte. Trabajo que, en los últimos 16 años, lo ha llevado a recorrer cultivos y mercados, en diferentes países, como Holanda, Israel, España, Alemania, Bélgica, Francia, Colombia, Ecuador, Brasil y Chile, así como a estudiar los diversos sistemas productivos y el comportamiento de variedades, y su introducción al ámbito productivo local. |
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De visita en nuestro país, para hablar sobre la comercialización internacional de flores de corte, Juan Carlos Cevallos (Ecuador), dice: Es un mito que la poscosecha genera calidad; en realidad, lo más que puede hacer la poscosecha es mantener la calidad. Por Ingrid Villanova |
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Se estima que el monto que se destinará para el Programa de Fortalecimiento Florícola, finalmente, será de $905.000. La Ing. Agr. Cintia Greppi confirma que ya han comenzado a trabajar con dicho capital. |
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