¿Qué es el paisaje?

Marta Mirás es doctora en Arquitectura y paisajista, profesora e investigadora en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (FADU-UBA).
Actualmente, está al frente de la sección “Paisaje y Ambiente” del Instituto de Arte Americano, donde impulsa una mirada crítica y sensible sobre la historia del paisaje en América Latina.
Su trabajo combina la investigación académica con la docencia y el compromiso socioambiental, y aborda los vínculos entre naturaleza, cultura y territorio desde una perspectiva contemporánea.
En esta entrevista, ofrece algunas claves sobre cómo la historia del paisaje puede ayudar a pensar —y a transformar— el presente.
¿Cómo influye hoy el enfoque socioambiental en la enseñanza de la historia del paisaje en la universidad?
En nuestros cursos, hemos adoptado este enfoque para enriquecer la mirada proyectual en diseño y planificación. Desde esta perspectiva, resulta necesario incorporar materiales históricos heterogéneos, que amplíen los puntos de partida y las dimensiones de análisis, en sintonía con los desafíos que imponen las actuales condiciones de emergencia ambiental.
¿Qué tensiones históricas se repiten en la relación entre naturaleza, urbanización y poder?
Esta tríada ha estado siempre atravesada por intereses en pugna. La naturaleza fue apropiada como símbolo de poder; la urbanización, utilizada como excusa para un progreso incontrolado. El resultado ha sido, y sigue siendo, devastador para los más frágiles, tanto humanos como no humanos.
Es necesario repensar los alcances y las consecuencias de estas transformaciones, y aplicar estrategias como la regeneración del paisaje y la llamada naturbanización.
¿Existe un paisajismo latinoamericano con identidad propia o seguimos anclados en modelos foráneos?
El problema no es la falta de identidad, sino la escasa consideración hacia los paisajes culturales que nos pertenecen. Nuestra flora es exuberante, nuestras geografías diversas, y nuestras culturas conforman un mestizaje particular.
Grandes paisajistas, como Burle Marx, defendieron hace tiempo el uso de especies nativas, no por nacionalismo estéril, sino por una ética ecológica y una sensibilidad estética.
¿Qué lugar ocupan las poblaciones originarias y rurales en la historia del paisaje que se enseña e investiga?
En nuestras investigaciones y nuestros cursos —de grado, posgrado y doctorado—, este tema tiene un rol central. Las redes académicas hoy nos permiten compartir conocimientos y experiencias con grupos que trabajan, por ejemplo, con comunidades ancestrales en el lago Titicaca (Bolivia), o con quienes realizan hallazgos de la cultura maya en Guatemala. Buscamos reescribir la historia del paisaje latinoamericano.
En nuestro país, desde la Universidad de Buenos Aires, hemos publicado trabajos sobre los paisajes de la región pampeana y del Bajo Delta del Paraná.
¿Qué aprendizajes ofrece la historia del paisaje frente a la crisis socioambiental actual?
La historia nos devuelve algo esencial: perspectiva. Como señalaba Raymond Williams en El campo y la ciudad, “todo es cuestión de perspectiva”. Esta crisis es el resultado de una visión extractiva, colonial y estetizante de la naturaleza. Pero también hay otros caminos: muchas culturas han vivido en armonía con su entorno.
El diseño puede convertirse en un acto de reparación y regeneración. Me gusta esa frase que dice que “lo que más cambia es el pasado”, porque cambia nuestra manera de interpretarlo.
Como docente e investigadora, ¿qué preguntas te gustaría que se hicieran los estudiantes al intervenir un espacio?
¡Qué buena pregunta! Les pediría que se hicieran cincuenta. Los especialistas en didáctica afirman que con esa cantidad se logra profundidad.
Algunas podrían ser:
¿Dónde está la memoria natural y cultural de este sitio?
¿Qué está vivo, cómo se cuida y cómo se promueve su biodiversidad?
¿Qué fue dañado y cómo puede repararse?
¿Qué saberes aporta este territorio que no aparecen en los libros?
¿Qué tensiones existen entre la naturaleza y lo construido?
¿Cómo se puede habitar este espacio y qué queremos expresar con nuestros diseños?
¿Qué tipo de paisaje te resulta incómodo o perturbador, aunque esté “bien diseñado”?
Me incomodan los paisajes que borran las huellas del pasado, que excluyen a las personas y a la dinámica natural. Prefiero un entorno caótico antes que un parque “perfecto” pero sin vida social ni transformación.
Por ejemplo, el diseño de West 8 en la costa del puerto de Toronto: es visualmente impecable, con geometrías limpias, especies seleccionadas y equipamiento de autor. Pero se percibe controlado, esterilizado, sin lugar para lo espontáneo, lo híbrido o lo comunitario. Es una postal bonita, pero vacía. ¿Quién quiere vivir en una maqueta?
Si pudieras eliminar una idea errónea instalada sobre el paisaje en tu disciplina, ¿cuál sería?
La idea del paisaje como escenografía. Esa concepción desactiva su potencial ecológico, político y social.
Creo en la ecoplanificación como estrategia para decidir sobre la transformación del territorio. La infraestructura ecológica y la valoración de los servicios ecosistémicos pueden conectar barrios, purificar el aire, reducir la contaminación del agua, reparar suelos… En definitiva, construir un diálogo dinámico y complejo entre naturaleza y cultura.
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