Eduardo Stafforini

Toda mi infancia y hasta mis trece años, viví en Viveros Stafforini, a metros del Cruce de José C. Paz. Ese era el mágico mundo de juegos con mi hermano, y -cuando venían de las quintas vecinas los fines de semana- también con mis amigos, que siguen siéndolo aún hoy.

El tanque australiano para riego se transformaba en la pileta de natación; las hileras de arbustos del cultivo, en el mejor escondite; los más efectivos misiles en las guerras de amigos, los cascotes de tierra después de las labranzas. El sitio de referencia era el nombre de las plantas. Mis hijos, durante años, me cargaron con el “gracioso” Pittosporum tobira “Variegatum”, al que le encontraban similitud con el Pitidosporum ovale. Imposible olvidar esos nombres.

Lo notable de eso es que cada planta tenía un aroma diferente y que todavía los recuerdo. Jugar entre las thujas apiladas, preparadas para ser enviadas a algún cliente; o entre los embriagantes cítricos (a los que inexorablemente le robábamos una fruta, con el inevitable enojo de mi padre), despertaron esta gran pasión por mi trabajo y, sin dudas, este amor por las plantas nació allí.

Eduardo Stafforini (78), paisajista.
stafforiniedu@gmail.com