Viajando en colectivo, con frecuencia miraba unos invernaderos de vidrio desde la Ruta 8 (a pesar de que estaban ubicados a dos cuadras de esta). Siempre me habían interesado las plantas ornamentales y la idea de controlar el clima dentro de un invernadero me había fascinado desde la adolescencia.
Por fin, un día a fines de 1969, después de haber terminado mi curso de ingreso a la facultad de agronomía, decidí ir hasta ese vivero de la Ruta 8, a pesar de que no conocía a nadie allí y que apenas si sabía dónde quedaba. Después de dar vuelta a media manzana, encontré un portón verde y golpeé, algo nervioso, no sabiendo si alguien respondería y no sabiendo qué decir si alguien abría el portón.
Cuando el portón finalmente se abrió, un señor sonriente y amable me preguntó qué quería. Superando mi timidez, le expliqué que me gustaba la floricultura y que quería aprender trabajando; que estaba dispuesto a trabajar gratis con tal de aprender; y que lo haría hasta que las clases en la facultad comenzaran al año siguiente.
Me fui de allí sonriendo de felicidad pues me habían pedido que volviera la semana siguiente para comenzar a trabajar. Cosa que hice. La primera tarea que me dieron fue la de repicar pequeños plantines de cactus que habían germinado en terrinas (los plugs todavía no habían aparecido en escena).
Nunca me dijeron por qué me dieron dicha tarea, pero yo, de malo que soy, siempre pensé que los dueños del vivero supusieron que, si aguantaba los pinchazos del primer día, yo tendría pasta de cultivador.
Y así fue mi primer trabajo en Argenflora, en aquel entonces, un vivero de plantas de interior ubicado en Loma Hermosa. No solo me pagaron por el trabajo que yo estaba dispuesto a hacer gratis, sino que ese día fue el comienzo de una relación que terminó siendo una amistad que perdura hasta hoy.
Claudio Pasian (69), ingeniero agrónomo.
Profesor en The Ohio State University (área florícola)..
pasian.1@osu.edu