Los desafíos de la floricultura argentina frente al siglo XXI

El principal desafío de la floricultura argentina es el de la calidad, entendida esta como la duración de la flor en el florero para el consumidor. A veinticinco años de iniciado el siglo XXI, en la producción y en los primeros eslabones de comercialización, todavía no se respeta la cadena de agua. Esto compromete seriamente la vida útil del producto. Con estas palabras, comienza su explicación el Ing. Agr. Daniel Morisigue, exdirector del Instituto de Floricultura del INTA.
Otro aspecto fundamental es la falta de estandarización: no hay uniformidad en las varas dentro de un mismo paquete. Para comprobarlo, basta con el hecho de ir al mercado y observar el interior de los paquetes.
¿Observas cambios en la producción, las exportaciones o la demanda de los consumidores?
Relacionados con la producción, no veo cambios; aunque son necesarios.
En cuanto a la exportación, la demanda del hemisferio norte es creciente y, de forma gradual, también lo será la del hemisferio sur.
Respecto a los consumidores, la demanda continúa en aumento, pero cada vez habrá más nichos específicos — un ejemplo es el grupo de personas que no compra una flor/planta, sino una experiencia con una flor/planta—, lo que exigirá productos diferenciados y logística adaptada.
Las flores de corte y, también, las plantas ornamentales ya no se perciben solo como elementos decorativos, sino como herramientas de bienestar, biodiversidad y adaptación al cambio climático. Eso modifica su valoración frente a la sociedad.
¿Qué te hace ser optimista respecto al futuro de la floricultura argentina?
La demanda está, como siempre ha estado. Las experiencias del INTA en distintas regiones muestran que existe una demanda dormida o insatisfecha, que puede desarrollarse con trabajo y visión.
¿Existen iniciativas destacadas en sostenibilidad o innovación? ¿Qué otros desafíos identificas?
En el mundo, la sostenibilidad y la innovación son prioridades. La floricultura es un producto con alto valor emocional, por lo que el enfoque sustentable ya no es opcional, sino imprescindible.
En la Argentina, sin embargo, se sigue con una mentalidad del siglo XX, y muchos actores no quieren ver el nuevo paradigma florícola que se impone globalmente.
En cuanto al ámbito laboral, las zonas tradicionales que dieron origen a la floricultura argentina están en declive. El gran desafío es vislumbrar qué tipo de productor tomará la posta, y todo indica que la producción se trasladará al interior del país. Habrá que innovar también en las condiciones de trabajo, si queremos que las nuevas generaciones se involucren en este sector.
Vinculado a lo climático, la floricultura no escapa a los desafíos globales. Pero, al tratarse de una producción intensiva, cuenta con más herramientas de manejo y tecnología que permiten amortiguar los efectos, a diferencia de las actividades extensivas.
Conrado Pakoca, asesor técnico en floricultura
Los principales desafíos que enfrentamos son mejorar la calidad, lograr una mayor rentabilidad y actualizar las variedades cultivadas en algunas especies que han quedado rezagadas frente a las tendencias del mercado, señaló.
Aunque el panorama muestra señales de retracción, Pakoca destacó un aspecto alentador: Me resulta esperanzador ver que, en muchos casos, las nuevas generaciones deciden continuar con el negocio familiar. Eso representa una oportunidad para introducir nuevas prácticas y adaptarse a las exigencias del contexto actual.
Al referirse a los cambios observados en la actividad, fue contundente: La producción y la demanda han disminuido. Y la exportación, hoy por hoy, no existe como negocio rentable ni regular.
Entre los desafíos estructurales, mencionó dos puntos críticos: Por un lado, es cada vez más difícil conseguir mano de obra dispuesta a trabajar en floricultura. Por otro, enfrentamos una mayor frecuencia de tormentas con efectos destructivos, que complican la planificación y afectan la estabilidad de la producción.
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