Inflación argentina: qué aprendimos de las crisis económicas

Segunda parte: paisajismo. Mariela Schaer (técnica en floricultura y jardinería, paisajista), Jorge Bayá Casal (arquitecto, paisajista) y Eduardo Stafforini (ingeniero agrónomo, paisajista).

Mariela Schaer
Técnica en floricultura y jardinería, paisajista

Durante la crisis de 1989/90, tuvimos una hiperinflación que nadie que la haya atravesado podría olvidar. Yo había iniciado el estudio de paisajismo, y, en ese momento, hacía también mantenimientos de oficinas.

En relación con los mantenimientos de las oficinas, recuerdo que no dejaron de pagarme y siempre ajustaron los costos. Creo que fue debido a que, en ese entonces, la ambientación con plantas de interior significaba un poco la imagen de cada empresa.

Durante la crisis de 2001, tenía obras de mayor envergadura; fue la salida de la convertibilidad. En ese tiempo recuerdo estar en enero, en la playa casi vacía. Mis amigos me decían que iba a tener un año sabático, pero yo no me preocupé. Se me hizo presente algo que había oído del ingeniero Leonardo Wolf, en la facultad: él nos dijo que, en tiempos de guerra, en Alemania, las plantas nunca se habían dejado de vender; en tiempos de crisis, la gente necesitaba acercarse al verde. En ese año tuvimos muchísimos trabajos. Quizá pueda deberse a que determinado grupo de gente, cuando no puede hacer grandes inversiones o viajes, trata de mantener bien lo que tiene.

Después vino la pandemia y volvió a pasar lo mismo: todos con mucho trabajo y a mí me tocó remodelar jardines que había hecho entre veinte y treinta años atrás. El trabajo no se está ralentizando porque la gente necesita invertir para que no se le devalúe lo que gana.

Hoy presupuesto, primero, mis honorarios por proyecto y dirección; por separado, ejecución y las plantas e insumos. Los costos se actualizan según cada rubro (ejecución, por índices de la construcción; y plantas, según van ajustando los viveristas sus productos).

Interactúo con profesionales de todo el mundo, y, en general, todos coinciden en que, en tiempos de crisis, se trabaja bien en nuestro rubro. Es una industria en expansión.

 

Jorge Bayá Casal
Arquitecto, paisajista

En lo profesional, he vivido las crisis como socio del Estudio Thays, y, actualmente, como titular del Estudio Bayá Casal.

Recuerdo el efecto tekila (1995). Durante el año anterior, la Argentina venía creciendo. El Gobierno alentaba el desarrollo de proyectos urbanísticos que requerían diseño de paisaje (autopistas, countries, Tren de la Costa, etc.). Nosotros trabajábamos muchísimo, pero toda esa fuerza disminuyó durante 1995.

Sufrimos otra crisis grande en diciembre de 2001. El año siguiente fue un período de espera y de poco crecimiento profesional. Luego del ordenamiento de la economía, vivimos un renacer de proyectos y de inversiones. Recuerdo a la empresa norteamericana Pulte, que se instaló en Nordelta y ofrecía casas con jardines listos para comprar. Trabajamos mucho en ese momento. Parecía que todo volvía a su cauce normal, hasta que, en 2008, después de la Resolución 125 (enfrentamiento del campo con el Gobierno), nuestros clientes de origen agropecuario comenzaron a declinar sus pedidos, declinación que se fue agravando durante cada año posterior.

Nosotros habíamos llegado a formar un estudio sólido con varios empleados (dibujantes, cadetes, secretaria).  La merma en los pedidos de proyectos llegó a su punto culmine en 2011: ese año debimos trabajar para mantener la estructura sin que quedara posibilidad de ganancias, lo que nos llevó a tomar la decisión, en 2012, de cerrar el estudio y formar dos estudios independientes. En ese momento, se divide en Estudio Thays por un lado, y Estudio Bayá Casal, por el otro.

Mi aprendizaje es que las crisis nos hacen siempre más fuertes. Podemos elegir: quedarnos en la queja o poner en ejecución la invención y la versatilidad. Mi experiencia me enseña que la crisis es una invitación a inventar nuevas oportunidades, y no solo en lo laboral, sino también, en lo afectivo, porque muchas veces vienen unidos a las crisis económicas.

 

Eduardo Staforini
Ingeniero agrónomo, paisajista

De padre viverista y madre paisajista, he experimentado los padecimientos y las felicidades dentro de la actividad desde mucho antes de que fuese mi medio de vida y, seguramente, me dieron cierta experiencia para poder prever las crisis, que en nuestro país han sido recurrentes.

Algún paso por capacitaciones empresariales me preparó para manejar siempre los números de costos y utilidades. Aprendí que, frente a las adversidades, una previsión era siempre mejor que la improvisación.

Desde 1973 en adelante, hasta ahora, viví en el resguardo del buen nombre que conseguimos difundir en el ambiente: mis padres primero, y luego, yo. El apellido y las obras realizadas fueron la base del hecho de que nunca tuviésemos un bache en la actividad. La demanda siempre superó nuestra capacidad para ejecutar lo que se nos solicitó. Esta situación es muy reconfortante y ubica a quien es profesional en una posición de seguridad y convicción frente a lo nuevo, ante el riesgo y, sobre todo, en presencia de quien busca el resultado de la experiencia.

Por los avatares de la economía nacional, tuve el mayor impacto en la crisis de 2001. En ese momento, tenía a mi cargo el desarrollo del paisajismo en Nordelta, y la actividad bajó fuertemente. Opté por abrirme hacia las obras de menor envergadura, subcontratar todo lo que fuese posible, apostar más a mi placer por el asesoramiento profesional y cuidar mucho el flujo de ingresos y egresos.

Hoy, volviendo a estar en la puerta de una situación de riesgo de hiperinflación, repito esa receta que me fue sumamente útil a la hora de mantener mi empresa viva y mi espíritu tranquilo.

En lo económico, el hacer del paisajista es igual que en cualquier otra actividad. Se presupuesta, se compra, se vende y se cobra. En lo profesional, es la actividad más fascinante, creativa y placentera que conozco.