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Por Jordi Castan*

Si en nuestras empresas ya es difícil convertir todo lo que se planifica en acciones concretas, no es necesario tener mucha imaginación para ver lo que sucede cuando se trata de planificar y ejecutar acciones que involucran al mismo tiempo el sector privado y el sector público. Pocas de las acciones planificadas se convierten en realidad; la mayoría de ellas nunca salen del papel y allá se van horas de trabajo, esfuerzo, y principalmente, mucha credibilidad.

Tenemos que reconocer que si cada vez hay más gente incrédula cuando el tema es elaborar planes estratégicos, es porque tienen sobrados motivos. Cualquiera se cansa y se desanima si después de interminables reuniones, estudios y análisis, nunca sucede nada.

No es que no se cumpla lo que fue planificado: es que nada salió del papel. 

Me parece todavía peor el hecho de que todo este cuadro nos parezca tan normal, que ni siquiera le demos mayor importancia; nadie tiene la capacidad de explicar o justificar qué sucedió, es así y punto.

Y no duden de que pocos meses después seamos nuevamente invitados a componer el grupo de altos estudios estratégicos para elaborar la agenda propositiva que norteará los rumbos del sector florícola para la próxima década, y servirá de guía a las políticas públicas de desarrollo para el sector.

Lo más probable es que los que se sienten alrededor de la mesa de trabajo sean los mismos que ya lo hicieron otras veces, y que alguien tenga la idea brillante de rescatar el borrador del plan anterior, que muchos conocen bien. Como nada de lo que estaba planificado fue ejecutado, y los problemas que no se enfrentan no se resuelven, es más que probable que la nueva planificación sea muy parecida a la anterior y a la anterior de la anterior.

¿Cuáles son las causas de todo esto? Es difícil enumerarlas todas en un texto corto como este, pero sin duda existe un fuerte componente cultural. Creemos que solo porque una idea esté escrita, se autorrealizará. Nos olvidamos de que es necesario que haya mucho trabajo, empeño, persistencia y esfuerzo para que las ideas salgan del papel y se transformen en algo concreto y real.

Somos muy buenos en decir lo que hay que hacer y cómo debe ser hecho, pero a la hora de poner las manos en la masa, todavía tenemos mucho por mejorar.

También es verdad que hay una elevada falta de compromiso; tampoco estamos acostumbrados a establecer indicadores creíbles, verificables y seguirlos. Y finalmente, y no menos grave, nos sabe mal exigir que se ejecute lo que fue planificado: parecería que los responsables por ejecutar lo que se había planificado se sintieran incómodos cuando alguien les pregunta qué se ha hecho, o por qué no se ha hecho.

Parecería que quien pregunta no estuviera siendo elegante, incluso,  hay quien considera que eso es ser maleducado o boicoteador del proyecto.

Una recomendación seria es la de establecer metas menos ambiciosas y alcanzarlas. A partir del éxito, es posible fijar nuevas metas más osadas y alcanzarlas de nuevo. Solo después será posible definir objetivos realmente desafiadores y superarlos.

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