Recuerdo a mi madre quitando yuyos, haciendo bordes de canteros. Los azahares del almendro iluminando la noche, los perfumes de los nardos. Y me recuerdo a mí, de adolescente, mirando por la ventana, bocetando en mil tonos de verdes el jardín de mis primeros trabajos.
Y luego en la facultad de arquitectura, diseñando complejos habitacionales, centros culturales… Pero siempre resolviendo el afuera, que nadie me lo pedía, y luego el adentro… Incomprendida totalmente, casi al punto de dejar la carrera.
Hasta que un día estaba entrando al taller de la facultad y la docente adjunta dice: “Ahí viene Cirulli, la paisajista”. Ahí entendí cuál era mi verdadera vocación.
Pasaron los años, y volví a la facultad. Tenía una asignatura pendiente: me especialicé en Planificación de Paisaje.
Así, mi primer trabajo en paisajismo fue el diseño de una vivienda para un joven matrimonio. Llegaron a mi estudio; entraron discutiendo entre ellos (temas personales); cuando les mostré el proyecto, la discusión se trasladó a ese asunto de la discrepancia. No se ponían de acuerdo: lo que a uno le gustaba, al otro no.
Mi proyecto estaba atascado en la situación. Me sentí incómoda y, con mis 29 años y sin experiencia, hablé de lo efímero de la vida y no sé qué más dije. Pero sí sé que con las excusa de preparar café, los dejé solos y, cuando entré al estudio, estaban los dos abrazados llorando…
Hoy, con cincuenta y siete años, dicto Diseño en la Escuela Argentina de Espacios Verdes, Arquitectura Paisajística, en la Facultad de Ciencias Agrarias de Lomas de Zamora y, desde mi taller en Martínez, arte, arquitectura y naturaleza se conjugan con las vivencias de los alumnos que comienzan a darles forma a otros tantos primeros diseños.
Lidia Eugenia Cirulli (57), arquitecta paisajista.
lidiacirulli@gmail.com