Qué viva la biodiversidad

Eduardo Stafforini. Foto: gentileza de Eduardo Stafforini

No podemos dudar de que uno de los grandes cambios en el mundo del paisajismo o de la jardinería ha sido la incorporación de especies novedosas para los listados de plantas de los viveros.

La muy bendecida recuperación de insectos, aves, flores y frutos instaló, en los nuevos proyectos públicos y privados, una innumerable cantidad de “desconocidas”, con el objetivo de alimentar y hospedar mariposas, colibríes y hasta mamíferos, que se veían amenazados y atacados por lo exótico.

Vimos iniciado el camino con las duplas que los vinculan entre sí. Las asclepias, con las mariposas monarcas; los coronillos, con la mariposa bandera argentina; y las salvias, con los colibríes, por ejemplo. Lo maravilloso de este novedoso respeto a la vida, en su totalidad, es que ha sabido ganarse el interés, los corazones y las mentes de la gente.

Sin duda, aún quedan temas para resolver, como la convivencia del puma con el hombre, o la del guanaco con las ovejas. En la jardinería hay, aún, cierta dicotomía entre yuyos y plantas, que lentamente van camino a amigarse.

Todos conocemos la historia de la Verbena bonariensis, que, según dicen, su valor ornamental fue descubierto a miles de kilómetros de la pampa húmeda, donde se la combatía y combate con herbicidas. Lo mismo está sucediendo con la flor morada, el Echium plantagineum, ahora presente en muchos viveros de herbáceas, pero que hace unos años nos permitió, a Germán Roitman y a mí, divertirnos con su cosecha, siembra y, finalmente, plantación en mi jardín, en el que se ha naturalizado.

Siento placer en ver esto repetido en jardines y canteros. El llantén, el diente de león y los macachines, yuyos hasta hace poco, gozan ahora del respeto y la admiración de muchos. Pero no todo ni todos lo ven con tanta benevolencia. Creo que hay coincidencia en que la gramilla, chépica o gramón (Cynodon dactylon) es una maleza dentro de un cantero y el mejor césped, el más rústico y maleable como carpeta verde. Eso se repite con algunas otras, como ciertos cardos, por ejemplo.

Cuando nos corremos un poco de nuestras preferencia, obviamente, de un lado o del otro, aparecen una innumerable cantidad de especies desconocidas y otras muy conocidas, que son sistemáticamente eliminadas sin saber qué comportamiento tienen.

Entiéndase que no estoy defendiendo lo indefendible, pero los invito a permitirles a esas ignotas que se expresen hasta el punto en que estén por reproducirse.

Confieso que las sorpresas favorables que he tenido al respecto me han volcado a cierta adicción. La verdolaga (Portulaca oleracea), sobre cuyas cualidades culinarias no hay dudas, como las tortillas en la comunidad italiana, o en la medicina antigua, tanto por los griegos como por los mayas, tienen un comportamiento magnífico, apareciendo entre las primeras espontáneas, con tallos rojizos y flores amarillas, colonizando en sustratos sumamente desfavorables para la mayoría de las plantas.

La flor de papagayo (Alstroemeria psittacina), rizomatosa, que se extiende con toda generosidad en sitios con escaso o nulo asoleamiento, floreciendo, profusamente, por debajo de plantas arbustivas que perdieron su follaje de invierno, con su mezcla de colores rojos, verdes y negros. Y, así, el listado puede ser interminable.

Lo muy bueno, divertido y positivo de esto es el ejercicio de permitirles desarrollarse y ver uno tras otro los pasos que va siguiendo cada planta. Su dominancia o no, las formas que va tomando a lo largo de su evolución, el momento de floración en coincidencia o no, con el resto.

Días pasados coincidíamos con una colega, excelente paisajista, que el sorgo de Alepo (Sorghum halepense) no puede ser parte de un cantero, por el alto riesgo a que se escape del control. Sin embargo, su elegancia, cuando están a pleno todas sus espigas, lo hacen muy especial.

En definitiva, esta es una propuesta para atrevidos, corajudos, porque hay que animarse a ello. ¿Cuál es el riesgo si pruebo?, ninguno. Siempre tengo la posibilidad de decidir hasta cuándo o qué momento se transformó en algo indeseable.

Lo mágico se da cuando descubro que eso que era desconocido para mí se transforma en algo admirado.

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