Por qué Europa avanza hacia una floricultura sin turba

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Desde principios del siglo XX, la turba se consolidó como un sustrato preferente en Europa, gracias a su elevada capacidad de retención hídrica, aireación y pureza. Ciertas regiones, con abundantes reservorios, como Irlanda, suministraron turba para viveros. Especialmente, esto se produjo tras la Segunda Guerra Mundial, cuando se intensificó la producción comercial de plantas y flores.

Primeras señales de alarma

A partir de los años setenta, en el Reino Unido, surgieron las primeras protestas de grupos ecologistas. Se denunció la destrucción de turberas, ecosistemas esenciales para la biodiversidad y la regulación hídrica.

En esa etapa, no se reconocía plenamente el papel de las turberas como sumideros de carbono; el enfoque se centraba en la pérdida de hábitat y la alteración del ciclo del agua.

Defensa florícola

La industria defendió el uso de esta bajo varios argumentos: la turba era considerada renovable (aunque su formación lleva siglos), ofrecía calidad y homogeneidad insustituibles, y no existían sustitutos viables. Además, se minimizaba su impacto comparativo frente al uso de turba para energía en países como Irlanda.

No obstante, esta postura ignoró el valor ecológico de las turberas y su responsabilidad climática.

Cambio de mentalidad

Con el avance de la investigación, se reconoció que las turberas almacenan grandes cantidades de carbono y que su degradación libera gases de efecto invernadero. La presión científica y pública impulsó a los gobiernos y a determinados organismos, como la Unión Europea, a legislar para protegerlas.

Paralelamente, surgieron alternativas para su reemplazo: fibra de coco, corteza compostada y residuos verdes, cada vez más adoptadas por su sostenibilidad y demanda creciente.

Factores de presión actuales

– Cambio climático: la degradación de turberas contribuye significativamente a las emisiones de CO₂.

– Consumidores conscientes: los compradores demandan productos respetuosos con el medio ambiente, lo que presiona a los minoristas a ofrecer opciones sin turba.

– Regulaciones: en el Reino Unido se han establecido fases de erradicación del uso de turba: primero, en jardinería doméstica; y luego, en floricultura, hacia 2030, como parte de una estrategia para proteger turberas y reducir emisiones.

Hacia una nueva floricultura

El artículo concluye en que, aunque la turba sigue siendo eficaz como sustrato, su costo ecológico es insostenible. Europa parece encaminarse hacia una floricultura sin turba, impulsada por innovación, legislación y demanda social.

Este cambio cultural plantea el desafío de equilibrar productividad y responsabilidad planetaria, al tiempo que transforma una práctica tradicional en oportunidad de mejora medioambiental.

Texto: Tim Edwards

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