En algunas circunstancias, los comienzos en la actividad profesional no son los que normalmente uno puede esperar: ese es mi caso. Corría 1982 y habiendo terminado el servicio militar obligatorio, comencé a estudiar Agronomía en la UBA.
Dado que mi familia no disponía de la posibilidad de mantenerme mientras estudiaba, debí trabajar: compraba cuadernos e insumos de librería en distribuidoras mayoristas y vendía esa mercadería a mis compañeros. Tal actividad ayudó a solventarme en tanto hacía mi carrera. Para eso conté con el compañerismo de muchísimos amigos estudiantes que le hacían el "aguante" a ese librero ambulante.
Luego, en cuarto año, descubrí, gracias a haber cursado fisiología vegetal, una nueva actividad, esta vez un poco más relacionada con el ámbito viverístico: producir "simil bonsái" (es decir, algo parecido al bonsái, pero sin relación alguna con el arte que este conlleva) cultivando especies leñosas y asperjando dosis crecientes de reguladores de crecimiento (paclobutrazol) hasta causar un estrés que deformaba a las plantas de modo de que se veían semejantes a un bonsái, y los vendía a los entonces numerosos negocios llamados "todo por dos pesos" de esos tiempos.
También comercialicé numerosos “plantínes bíblicos". Tomaba citas del Antiguo y del Nuevo Testamento, en las que son mencionadas algunas plantas -mirra, olivo, romero, etc.- y producía esquejes enraizados en maceta rígida de tamaño 8. Les incorporaba la cita bíblica en el envase, y los vendía en las santerías que rodean la Iglesia de San Cayetano, en Liniers.
En fin, mi primer trabajo fue de buscavidas. Luego me recibí de ingeniero agrónomo y dejé tan fructífera actividad para dedicarme a algo menos rentable pero más apasionante: la investigación y la docencia universitaria.
Boschi, Carlos Luis (59), ingeniero agrónomo.
cboschi@agro.uba.ar