Si bien en casa desde siempre hubo que dar una mano en todo (tareas que iban desde pintar, cortar el pasto o hacer leña), el primer trabajo, casi podría decirse como agrónomo, fue el que tuve mientras cursaba el último año de la carrera con un control de cosecha de trigo en diversos campos de Gonzales Chaves (Buenos Aires).
Como yo vivía en Balcarce (soy ingeniero agrónomo recibido en la FCA de Balcarce, UNMdP), me alquilaron una casita en el pueblo. Todos los días, para ir al campo, me pasaban a buscar a las siete de la mañana don Carlos, el paisano que hacía de bolsero, y su ayudante. Ya en el campo, cuando la humedad del grano lo permitía, se arrancaba la cosecha y no se paraba hasta muy tarde. Mi responsabilidad era tomar muestras del grano para remitir a los molinos compradores y controlar las pérdidas en las máquinas (pero como se tenía que colaborar en todo, ayudaba en el armado de silobolsas, cargaba el tractor para hacer los traslados de un campo a otro, armaba el campamento, y cualquier otra cosa que fuera necesaria).
Ya entrada la noche, se terminaba con la tarea del día, por lo que había que tapar toda la maquinaria con lona, cerrar la casilla y volver a la ciudad, donde compraba en un restaurante la comida para la cena y el almuerzo del día siguiente, ¡y a dormir! Durante tres semanas (con sus sábados y domingos), trabajamos sin cesar, hasta que luego de veintiún días y 2500 ha, por fin hicimos el último lote y terminamos la cosecha. Después de un tiempo de hacer planillas y organizar las muestras, me volví para mi casa un poco más flaco y con el típico tostado de cosecha (solo los brazos y la parte del pie que no cubría la alpargata).
Actualmente, me desempeño como promotor asesor del Grupo de Viveristas de Bariloche y Dina Huapi, ¡pero siempre guardo los recuerdos de ese verano sin playa!
Juan Bautista Vago (35), ingeniero agrónomo.
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