Terminé el secundario a los diecisiete años, y ya ahí, más por resultado de test vocacionales e influencias familiares que por elección, comencé la carrera de ciencias económicas.
Apenas unos meses me sirvieron para darme cuenta de que no era lo mío, aunque tampoco sabía muy bien qué otra carrera seguir. Ante la disyuntiva, la cosa fue sencilla: en casa se estudiaba o se trabajaba, así que, aprovechando que en el banco en el que trabajaba mi papá estaban buscando personal, presenté mi solicitud.
Varias fueron las pruebas de ingreso: mecanografía, cálculos, redacción, test psicológicos y aptos físicos, finalmente y dos días después de haber cumplido 18 años, recibí la esperada carta de admisión.
Un lunes me presenté en la sucursal asignada. El primero en recibirme fue el “mayordomo” Benaglio, quien me dio una afectuosa bienvenida, resultó que había trabajado con mi padre y al confirmar el parentesco, automáticamente me apodó “la nena”, ¡apodo que me quedó por muchos años!
Junto a mí, ingresaba otra nueva empleada, el hecho de contar con una persona en mi misma situación me generó una especie de alivio. El gerente nos dio su bienvenida e inmediatamente nos llevaron al que sería mi primer lugar de trabajo, el sector administrativo de recaudación que articulaba con tesorería.
Parece que todos esperaban con ansias la llegada de más personal en el sector así que se manifestaron felices por nuestro ingreso. Se notaba un grupo muy, muy divertido, no paraban de hacer chistes; el que fue mi primer jefe, todo un personaje al mejor estilo Charly García, nos asignó nuestros escritorios.
Aunque no lo crean, a los pocos minutos se presentó uno de mis compañeros con una pequeña rata blanca de laboratorio (sí, lo que están leyendo), había pasado por una veterinaria y se le ocurrió comprarla para que fuera la “mascota de la oficina”. Como ya conocían sus ocurrencias, todos se rieron de la idea, principalmente el jefe.
En honor a nuestra llegada, la bautizó Bruna, unión de las iniciales de los apellidos de las “chicas nuevas”. Hubo ese día mucho trabajo, incluso tuve que hacer horas extra, pero fue una jornada muy agradable, con sorpresas, risas y mucho afecto.
De esa época me quedaron muy buenos recuerdos, muchos conocidos y una de mis mejores amigas: Isabel. Después de algunos años y vaivenes de la vida encontré mi vocación o más bien ella a mí, pero esa es otra historia. ¡Ah!, Bruna vivió un tiempo en la oficina hasta que la descubrió el gerente y se tuvo que ir a la casa de quien la había comprado.
Claudia Alejandra Nardini (53), directora del Departamento Educativo de Aves Argentinas.
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