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Las cuatro estaciones

Por Jorge Diéguez*

Hoy quiero tomarme una licencia en cuanto a las notas que vengo presentando, y compartir con ustedes la siguiente historia:

Era primavera cuando se encontró frente a la vida sin saber qué hacer. Atrás habían quedado un errático colegio secundario y un par de años de ciclo básico sin resultados para una carrera que no lo llevaba a ninguna parte.

Enfrentarse a la vida, a los 20 años, tal vez, sea nada, pero se tomó con seriedad pensar en qué hacer. Nunca supo si estaba en sus genes, o en los esquejes de claveles robados de los floreros y que plantaba junto a su madre en una no tan lejana infancia, o en ver una naturaleza que explotaba en esa época y necesitaba que la domesticaran; la cuestión es que provisto de las mismas herramientas que utilizaba en la casa de sus padres se decidió a ser “jardinero”. Nunca pidió permiso para usarlas; siempre supo que su trabajo no era una obligación, era lo que a él le gustaba, era su decisión de vida.

Los primeros diez primaverales años fueron vertiginosos, cada vez más mantenimientos, ir entendiendo con el tiempo que si quería crecer tenía que aprender; las horas no le alcanzaban para todo el trabajo que tenía. Sin embargo, no descuidó su aprendizaje, asistió a charlas y cursos; se interesaba por nuevas variedades en los viveros y distintas técnicas de trabajo en sus charlas con colegas.

Disfrutó su primera década de actividad laboral y, a sus 30 años, llegó el verano. Pensó: si hay un tiempo para hacer sacrificios es ahora. Tal vez, haya influido el hecho de formar una familia, como así también, apreciar cada vez más su labor. Decidió cursar una carrera de jardinería, por supuesto; algunos dirían paisajismo, pero creemos que no existen diferencias entre cocinero y chef. Las noches eran cortas, aún más con el estudio y los hijos pequeños; los días largos bajo el sol estival. Supo organizarse, creció; su trabajo pasó a ser más medido. Los mantenimientos fueron dando paso a los diseños y a la ejecución de obras. No descuidaba a sus clientes; no los había ni chicos ni grandes.

El otoño lo sorprendió a sus 40 años. La naturaleza cambió; el ritmo de su entorno se fue ralentizando con la caída de las hojas; el césped detuvo su crecimiento y fue reemplazado por la resiembra; podía ahora él controlar sus obras, equilibrar su vida. Se alegraba del trabajo diario, de los descubrimientos de especies novedosas, de sus creaciones para modificar espacios verdes y de su toque personal en los nuevos diseños.

Creo que alguna vez alguien dijo: “Hay que vivir el invierno”, es lo que se propuso hacer nuestro amigo jardinero. A los 50 años siguió sumando conocimiento, aprendió que todo tiene su tiempo, también que un parque en época invernal es tan bello como en cualquier época, que si requería hacer cambios, tanto de forma como de fondo, este era el momento.

No hicieron falta grandes modificaciones, allí en los inicios y en el transcurso de su vida había planificado bien las cosas, había creado, diseñado, ejecutado y mantenido su jardín con dedicación, estudio y con la convicción de hacer lo que deseaba; no importaba el sacrificio, sino el resultado.

Llegaron sus 60 años, todavía piensa en seguir activo. Su vida es su familia, sus amigos, sus tiempos y su trabajo. Hoy aprendió algo importante; hoy se da cuenta de que todo el año es primavera.

Imágenes de nuestra floricultura

La planta escondida