Laura Simón

En los ochenta, empecé a estudiar arquitectura, para darle el gusto a mi padre. Eran años difíciles; y la carrera, muy costosa. Un arquitecto, amigo de la familia, me consiguió un trabajo en una empresa constructora. Me resultaba llevadero, porque tenía facilidad para todo tipo de dibujo, incluso el de paneles de hormigón, con sus respectivos encastres.

Con el primer sueldo me compré el tablero y la lámpara. Aunque lo mío no estaba en el papel vegetal, la escuadra y la paralela. Cuando decidí dejar la carrera, ya tenía pensado seguir el profesorado de Artes Visuales.

Allí me sentí mucho mejor, estaba en “mi salsa”. Durante el cursado de la carrera me enteré de que existía una vacante de dibujante en el Instituto de Botánica del Nordeste. Y allí fui, rauda. No sabía de qué se trataba, pero precisaba trabajar, y acepté someterme a dos semanas de duro examen. Finalmente, fui aprobada.

Mi nuevo oficio pasó a ser el de Ilustradora Científica Botánica. Un mundo nuevo se abría ante mis ojos. Un universo que a simple vista era imperceptible, pero que bajo la lupa cobraba otra dimensión.

Estructuras nuevas, texturas, colores. Tenía que representar todo aquello con la mayor rigurosidad científica y la impronta artística que me caracteriza hasta el día de hoy. Tarea nada fácil, solamente paciencia, observación y pulso. Y tomarle el gustito a la tinta y al plumín.

Mucha agua corrió bajo el puente desde el primer trabajo hasta el que conservo al día de hoy. Pude hacer la Licenciatura en Artes Visuales y realizar paralelamente mi tarea artística. Pero mi permanente labor  en la botánica es la que me permitió y me permite vivir dignamente y dar a conocer lo maravilloso del mundo vegetal en mis ilustraciones en blanco y negro.